Signos Externos y Experiencia Religiosa
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LA EXPERIENCIA RELIGIOSA
Es la capacidad que tenemos los seres
humanos para encontrarnos con un
Dios que no está ausente. Lo encontramos a través de señales e indicadores que
aparecen en nuestra vida cotidiana, en momentos señalados y en todos los
acontecimientos. Durante siglos los seres humanos han tenido un sentimiento
difuso de lo religioso que se ha asociado a la práctica de una religión. Las
nuevas generaciones tienen dificultades para identificar el paso de Dios por
sus vidas. Pero seguramente pasa.
1. Lo
primero en el cristianismo no es la experiencia, sino la --> existencia
cristiana: las actividades de -> fe, -> esperanza y -> amor, por las
que, en virtud de un «don inefable», alcanzamos a Dios mismo como principio,
objeto y fin de todo nuestro ser. Ahí está la vida eterna que el Señor vino a
comunicarnos. Por tanto la experiencia sólo puede ser un aspecto o dimensión de
la existencia cristiana; con ello su importancia queda relativa da.
2. Pero esa
experiencia es un dato esencial de la revelación, pues está implicada en la
existencia cristiana, que puede resumirse en el agape, entendido en su plenitud: el Padre
nos ama y nos da a su Hijo para salvarnos; el Hijo nos ama y se entrega por
nosotros; ambos nos dan su Espíritu, y éste hace de nosotros, en Cristo, hijos
que dan gloria a su Padre. El cristiano experimenta el misterio delagape vivido en la fe. Pablo muestra que
hay una experiencia en Cristo (morir y resucitar con, por y en Cristo), y una
experiencia en el Espíritu, por el que realizamos nuestra filiación y entramos
en las profundidades de Dios. Juan insiste en la presencia de la vida eterna
por la -->fe, en la inhabitación de Dios en el alma y del alma en Dios por
el amor; lo cual da lugar a una cercanía de la transcendencia de Dios que el
hombre por sí mismo no puede pensar.
3. Esta experiencia oscura tiene sus criterios,
que constituyen una unidad con ella. Se realiza en la comunidad eclesiástica,
que es su medio vital y su medida interna. Implica la observancia de sus
indicaciones, el juicio humilde sobre sí misma y el amor fraterno. Lejos de
excluir la razón (elevada por la fe), exige su uso. Pablo nos ofrece una crítica
de la inspiración carismática, con primacía de lo espiritual (1 Cor 12-14); y
exige de los creyentes una inteligencia concreta - la epignosis (Cerfaux) - del misterio de
Cristo. Los temas principales de Juan «presuponen como condición fundamental
una conciencia despierta de la vida, de la luz y del amor que han sido
infundidos en el creyente» (A. Leonard). 1 Jn sólo conoce una auténtica e.r.
cuando se dan los criterios del orden eclesial, dogmático, moral y místico
(-> espiritualidad).
4. Pero esta experiencia es siempre escatológica, pues tiene
por objeto un misterio poseído en esperanza, revelado, pero no desvelado (y
ello aunque se eleve a la experiencia propiamente mística). Siempre es, por
tanto, el desarrollo, no de un saber, sino de una fe: hay un conocimiento del
amor por sus signos, pero no hay una ciencia del amor, pues no podemos saber el
objeto, ni el fin, ni la esencia, ni la existencia en nosotros del amor.- La auténtica e.r es signo de verdad,
fuente de gozo y fuerza de vida; pero, aun en el foco mismo de la luz, en lo
más profundo del contacto, Dios sigue siendo el desconocido. «Por la revelación
que se nos da con la gracia no conocemos la esencia de Dios; y así nos unimos a
él como a un desconocido»
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SIGNOS EXTERNOS
La fe en la presencia del Señor,
en especial la eucarística, la expresa el sacerdote ejemplarmente con la
adoración que se muestra en la reverencia profunda de las genuflexiones durante
la Santa Misa y fuera de ella. En la liturgia postconciliar se reducen al mínimo:
la razón aducida es la sobriedad; el resultado es que se han convertido en
raras, o incluso apenas se esbozan. Nos hemos hecho avaros en gestos hacia el
Señor; pero elogiamos a judíos y musulmanes por su fervor en el modo de rezar.
La genuflexión manifiesta más que
las palabras la humildad del sacerdote, que sabe que sólo es un ministro, y su
dignidad por el poder de hacer presente al Señor en el sacramento. Pero hay
otros signos de devoción. Las manos elevadas en alto por el sacerdote son para
indicar la súplica del pobre y del humilde: “Te pedimos humildemente”, se
subraya en las plegarias eucarísticas II y III del misal de Pablo VI. El
Ordenamiento General del Misal Romano (OGMR) establece que el sacerdote,
“cuando celebra la Eucaristía, debe servir a Dios y al pueblo con dignidad y
humildad, y, en la forma de comportarse y de pronunciar las palabras divinas,
debe hacer percibir a los fieles la presencia viva de Cristo” (n. 93). La
humildad de la actitud y de la palabra es consonante con el propio Cristo,
manso y humilde de corazón. Él debe crecer y yo disminuir.